LA TIERRA QUE CURVA LAS SOMBRAS

Figurines y Sombras

Esas mujeres lucen deslumbrantes vestidos, coloridas gasas que envuelven su piel, ostentan un decorado inmune a las miradas donde el cuerpo se esconde y confunde. Las texturas y los detalles dan cuenta de un laborioso ejercicio dedicado a las diversas vestimentas, un interés incierto por el lenguaje de la moda. Al mismo tiempo, ellas no posan, sus rostros desdibujados parecen mirar hacia ningún lado, despreocupadas de su apariencia, se instalan en la mirada como bellezas inusuales, volátiles. Mariana Guagliano confecciona una colección de figurines en sintonía con su propio álbum de fotografías y vuelve a inventar un modo de ver esos trajes en el universo de la pintura. Un ejercicio de reiteración y afirmación que descompone la referencia, la modelo, el autorretrato camuflado en las sombras de un rostro anónimo. Los vestidos de las pinturas existen, fueron diseñados por la artista y confeccionados con géneros textiles que pertenecían a abuela Ana, de ella heredó esa porción de materia que las mantiene unidas. En este sentido, cada retazo es la página de un libro, la letra de una biografía íntima que sólo puede manifestarse en lo ilegible y maravilloso, sin palabras o definiciones. El libro de Mariana deviene en catálogo, álbum de fantásticos especímenes donde se reflejan una noche desteñida de luz lunar, un herbario seco en una biblioteca antigua, la cuadrícula de un mapa, rastros de lo vivido y soñado, diversas metáforas de lo finito arrugadas en las prendas, afloran. Imaginar es la característica performática de los figurines, el despliegue concebido para la acción de unas maquetas o maniquíes que reemplazan a la carne y que, en el descuido, lentamente, irrumpen lo real. En ellos leemos la necesidad femenina de crear el modo en que queremos ser vistas, de crear otras y nuevas condiciones de posibilidad para el deseo. No es la moda sino la ausencia lo que motiva a Mariana a construir réplicas, dobles, fantasmas de mujeres amadas, reflejos anidados en el recuerdo de la infancia, en el propio cuerpo que crece y cambia. El cuerpo admitiendo su fragilidad mutable con cada prenda se torna distinto y, a veces, es otra anatomía distinta e irreconocible. En su deliciosa biografía novelada Silvia Plath escribe: “El vestido estaba cortado de manera tan rara que no podía usar ningún tipo de sostén debajo, pero eso no importaba mucho, puesto que yo era tan flaca como un muchacho y apenas ondulaba, y me gustaba sentirme casi desnuda en las calurosas noches de verano”. Hay prendas que escriben el cuerpo, develan esa desnudez primera e indómita que ninguna mirada puede fijar sólo, de vez en cuando, los espejos y las sombras.

Mariana Robles

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